Editorial tomado del diario: EXPRESO
Un caso emblemático, de los muchos que a diario presenciamos, es el del veto a la Ley de Servicio Público, gracias a una mayoría parlamentaria dócil y obsecuente, al igual que otros poderes del Estado, que parecen haber olvidado que la impunidad y el olvido viven adheridas al déspota de turno....
Por: Antonio Parra Gil.
La política del Ec. Correa, que nos agobia y atosiga, no sólo está acabando con el país, destruyendo sus instituciones y su economía, malbaratando la confianza de muchos ecuatorianos, sino que lo está incendiando con el uso de sofismas (o razones aparentes con las que quiere defender o persuadir lo que es falso), de la mano de una perversa demagogia que degenera la democracia.
Un caso emblemático, de los muchos que a diario presenciamos, es el del veto a la Ley de Servicio Público, gracias a una mayoría parlamentaria dócil y obsecuente, al igual que otros poderes del Estado, que parecen haber olvidado que la impunidad y el olvido viven adheridas al déspota de turno, pero no corren su misma suerte porque cuando esos personajes “ponen los pies en polvorosa y cogen las de Villadiego” (Cervantes, el Quijote), no llevan cargas inútiles.
El veto es perverso, entre muchos otros motivos, porque con él se pretende castigar con el despido inhumano y cruel a decenas de miles de servidores públicos por el pecado de ser viejos y eficientes, hechos en unos casos con ropaje de jubilación obligatoria e indemnizaciones en bonos, y en otros con el de compra obligatoria de renuncias, que unas veces se pretende explicar con que los jóvenes necesitan trabajo, cuando el objetivo real es colocar a sus partidarios, en otras con la necesidad de reducir la burocracia.
Ambas explicaciones son sofismas porque para dar trabajo no hay que quitárselo a otros. La solución es crear fuentes de trabajo (elemental, mi querido Watson).
Si el oleaje de despidos fuera para reducir la burocracia, como conocidos áulicos afirman, me pregunto si se han puesto a pensar en la situación del IESS con algunas decenas de miles de nuevos jubilados e igual número de personas que dejan de aportar. Sería un desastre.
Es lamentable que mientras otros países extienden la edad de jubilación (por longevidad mayor y necesidad de sustentar la seguridad social), nosotros seguimos echando rosas a los cerdos.
Deberemos recordar el día que el economista condenó a los viejos al hambre, como se recuerda la matanza de los inocentes (Herodes I). ¿Verdad, economista?
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